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Amor por nuestro hábitat

Hemos expuesto en otras ocasiones escritos dirigidos a promover un vínculo afectivo entre la persona y la naturaleza como una manera de alentar el cuidado del medio ambiente. Lograr la interiorización de la madre tierra no es algo sencillo, sobre todo después de años de considerarla sólo una proveedora de recursos pero ¿es posible alentar el amor por nuestro hábitat? 

Podríamos preguntarnos si como humanidad tuvimos una liga amorosa con el medio ambiente y después ésta se fue debilitando. Si fuera el caso ¿qué nos llevó al desencuentro?

Hay una parte de la población mundial que tiene un afecto especial por el planeta, muchos incluso han dado su vida. ¿Por qué estas personas pudieron emparentar tan fuertemente con la naturaleza? ¿Qué detonó su afecto? ¿Qué es lo que hace que alguien ame su entorno y que esto sea una razón suficiente para darlo todo?

Podríamos suponer que la simpatía que prevalece en las grandes ciudades está volcada más hacia los objetos, las mercancías y su apropiación. Los quereres que ahí se conjugan tienen que ver con el poder adquisitivo. A mayor precio, mayor cuidado y más aprecio. La afectividad estaría centrada en uno mismo y no en el entorno. En contraste, una comunidad que se desarrolla con un fuerte contacto con el medio ambiente tendría un mayor apego y por ende, mayor cuidado. Sin embargo, sabemos de ambientalistas que aparecen en las grandes ciudades capitalistas como la sueca Greta Thunberg de quien ya hemos hablado, y de habitantes de una comunidad que se vuelven los principales destructores de su entorno. El contacto con la naturaleza no parece ser la clave de la afectividad o no completamente.  

 

Amar al planeta ¿se aprende? ¿O la afectividad viene de un encuentro emotivo? ¿Esta es la vía para salvar al planeta? 

La toma de conciencia a partir de la fragilidad de la naturaleza no parece ser suficiente. Constantemente, a través de los medios masivos de comunicación, sabemos de desastres ecológicos, extinción de especies vegetales y animales y cambio climático sin que esto genere algún cambio profundo en nuestra forma de pensar, actuar y sentir. 

Para enamorarse, el amante debe conocer el objeto de su amor. ¿Es posible todavía fascinarnos, maravillarnos y enamorarnos de la naturaleza? O simplemente haremos hago por el planeta sólo por preservar a la especie humana.

La historia humana de occidente ha pasado por el teocentrismo (amor a Dios) y el antropocentrismo (amor al hombre); quizá, si encontramos la manera, el próximo centro de interés pueda ser biocentrismo (amor a la vida) y volvernos un ser-para-la tierra. 

Por lo pronto conservamos la esperanza de poder vincularnos amorosamente con la madre tierra. 

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